PRESENTACIÓN

PEÑA CAMBRÓN (MAYO 1992)



Pese a que pertenece al término municipal de Quesada, la Peña Cambrón, como se le conoce por estas tierras, está indisolublemente unida a Huesa. Y lo está tanto porque ha servido de sustento en el día a día de las gentes que la han necesitado, como porque forma parte del perfil que el firmamento traza cuando se pierde la mirada hacia el sur, donde nuestro término muestra su más amplio horizonte.
Peña Cambrón, mirando desde Huesa hacia el sur, forma parte del perfil y del paisaje de los hueseños. En línea recta, la visión meridional, justo detrás de la peculiar e inconfundible silueta de esos dientes de piedra o espina de saurio que llamamos los Picos del Guadiana, con el que los hueseños nos encontramos de forma ineludible cuando miramos hacia el sur, superando la depresión del Guadiana Menor, Dehesa del Guadiana arriba, con peña Caidilla, “Cailla” para nosotros, asomando tímida. Sobre las hazas de los Asperones, se yergue, airosa y ufana, la Peña Cambrón, con sus 1.192,647 metros, según reza su vértice geodésico, colocado, como todos los de la zona el 18 de agosto de 1989. Forma parte de ese paisaje que se queda grabado en nuestra mente con el pasar de los años y que acaba por ser absorbido por nuestro cerebro hasta llegar a considerarlo propio y de nuestra propiedad. El cerebro es así de absorbente y egoísta, no atiende a razones.
Inobservable desde la propia localidad a la que pertenece y distante su cumbre casi 49 kilómetros, no se atreve, el caminante, a evaluar lo que representa la tan peculiar cima para los quesadeños, tampoco le preocupa mucho ni ha indagado al respecto. Sí que es consciente de lo que representa para los hueseños, y lo sabe por percepción propia y porque a través de su vida ha sido testigo, en primera persona, de historias, necesidades y estancias acaecidas en ella o sus proximidades. Pasado el tiempo, con la llegada de las nuevas generaciones y con el desuso, el caminante supone, irá perdiendo personalidad la citada peña y, casi con toda seguridad, pasará al olvido y a la indiferencia. Tiempo al tiempo.
El caminante recuerda vagamente haber tenido un primer contacto con la Estación de Huesa en los albores de la década de los años sesenta para la toma de posesión de su hermana como maestra de la pedanía. Recuerda un viaje lento y trotón con el Seat 1.500 de Pepe, contratado por su padre al efecto, por caminos polvorientos, pero no recuerda si fue a través de Larva o por el carril que comunica directamente con Huesa por el antiguo Cordel de los Arrieros, a través del puente de Don Emilio.
Toma el caminante la firme decisión, anhelada desde hacía mucho tiempo, de hollar la cumbre de la Peña Cambrón. No tiene muy claro cómo hacerlo, si por la heroica partiendo de Huesa, por el camino más corto, casi en línea recta, con las consiguientes irregularidades del camino y duras pendientes, que se convertiría en jornada extenuante por ser de ida y vuelta, o hacerlo más fácil mediante un acercamiento con vehículo y tomar como punto de partida la Estación de Huesa y, desde el Cortijo de los Ríos iniciar el ascenso visitando de paso las cuevas de El Panderón, de indudable interés. El caminante, que ya inicia su madurez opta por la segunda opción, casi sin debate interno.
Así un mayo de 1992, coronado de flores, adornados los campos de diversos colores, espigando las mieses, volante en mano, toma el caminante la carretera JV-3265 en dirección a Larva, previo paso por El Cerrillo, Collejares, El Salón, siguiendo en casi todo el trayecto el cauce del río Guadiana Menor, que lo llevará hasta el cruce con la carretera que va a Larva, en un giro de 180 grados. Total, apenas 17 kilómetros, algo más de media hora de trayecto. Da forma así el caminante a un deseo antiguo de poner forma al grupo urbano de luces o casas blancas que, desde su observatorio hueseño situaban a Larva en las faldas de la sierra homónima.
Larva, perteneciente a la comarca de Sierra Mágina, con apenas 87 kilómetros cuadrados y una población decreciente por la migración, uno más de los pueblos que vacía sus hombres y mujeres hacia capitales y costas turísticas mal endémico de la mayoría de las poblaciones jiennenses, no ofrece distinciones respecto a sus poblaciones limítrofes: baja pluviometría, erosión, vegetación esteparia, barrancos, torrentes. En fin, paisaje semidesértico jalonado de espartizales, tomillares y algunas hazas de olivas que verdean en contraste con el siena de la tierra.
Llega temprano el caminante a Larva, que atraviesa sin más expectación y ante la indiferencia de los pocos larveños. Toma, desde Larva, dirección a la JA-6109 para girar a la izquierda hacia la JV-3261 y llegar al apartadero de Larva para, desde allí, tomar un carril dirección norte y contemplar una auténtica joya de la ingeniería del hierro de finales del siglo XIX, en su día uno de los viaductos más impresionantes de la red ferroviaria española, el Puente de Arroyo Salado, construido por ingenieros de la escuela de Gustave Eiffel, inaugurado el 14 de marzo de 1899 y que ostentó varios récords de longitud y altura durante muchos años.
Vista la impresionante obra, deshace el caminante el camino andado y, nuevamente en Larva, toma dirección este para, dando un rodeo importante, salvar el macizo de Los Picones y poner rumbo a la Estación de Huesa, algo más de 11 kilómetros hacia el sureste. La carretera de no mal firme que lo ha traído hasta Larva se trueca ahora en un camino polvoriento y en no buen estado, que transcurre paralelo al trazado del ferrocarril Linares Baeza-Almería, por terrenos baldíos jalonados de espartales y rala vegetación mediterránea.
Ya en término de Cabra de Santo Cristo la Estación de Huesa, inaugurada el 22 de marzo de 1898. En un principio llamada Huesa Alicún, para quedar definitivamente desde 1925 como Estación de Huesa. Con poco tráfico en la actualidad y casi convertida en apeadero. El caminante nunca entendió y le parece un sinsentido el nombre con que bautizaron la citada estación, tan lejana de Huesa, tan inaccesible, tan ignota.
Mientras un tren transita por estribor, por el camino llamado eufemísticamente carretera JV-3213, que discurre paralelo a la vía unos centenares de metros y sigue siendo un camino de tierra, el caminante continúa en dirección sureste durante 4 kilómetros más, hasta el Cortijo de los Ríos, totalmente en ruinas donde, al amparo de alguna pared que permanece en pie, deja el vehículo para protegerlo del sol. Transcurre el trayecto por encima de los 900 metros de altitud hasta llegar al paraje de las Cuevas del Panderón, 1,5 kilómetros camino adelante.
Como decía Cervantes, el andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos. El caminante cree que el andar invierte de alguna manera el comportamiento pues son los pies los que guían, aconsejan y padecen. Si estos están robustos y fuertes caminan a gusto y liberan el pensar para captar lo que nos rodea: aquella planta, aquel árbol, aquí salta el venado, allá vuela el águila, etc. El caminante está convencido de ello y fía su instinto a la brújula de sus pies.
Excavadas en un otero a 1.012 metros de altura, las Cuevas del Panderón forman un conjunto de cuevas orientadas a levante y al sur, alguna de ellas aparente, pero todas en ruinas. También hay alguna edificación en piedra, igualmente en ruinas que seguramente han debido ser utilizadas para refugio de ganado o recolectores de cualquier tipo. Da la impresión que en su día debieron de ser importantes para las personas que las habitaron. Sobre el promontorio al que horadan se yerguen, orgullosos y vigilantes, pinos centenarios con el tronco retorcido, como bastiones orgullosos de otros tiempos que debieron ser mejores.
Ya a la vista la cima de la Peña Cambrón, abandona el paraje el caminante y en vez de atajar en línea recta campo a través, prefiere seguir el camino trazado que marca una amplia semicircunferencia y se dirige hacia el Corral de la Peña del Cambrón. Se trata de una edificación a modo de corralón, con parte techada, construido en un rellano en la falda sur de la peña que sirve para guardar ganado. El caminante, cuando llegó a la altura de la edificación fue testigo de la llegada de una abundante manada de ovejas y cabras que se guarecieron en ella, con su balar constante y monocorde, obedientes a los chasquidos del pastor y los ladridos y acometidas de los perros. El caminante alzó el brazo a modo de saludo al guardián, que le respondió de igual manera.
El caminante no se tropezó con ningún otro ser humano con el que intercambiar palabra en el transcurso de la mañana.
-          Buenos días, amigo.
-          Buenos días tenga usted. -Respondió el cabrero-.
Ataca el caminante la cima del viejo y verdinegro monte, seguramente poblado de sombras y de recuerdos. También llamada por los lugareños “la Siberia de Jaén”, el macizo calizo de la Peña Cambrón, posee uno de los escasos pinares autóctonos y centenarios de la zona y entre estos y sus ramblas habitan rapaces forestales como el águila calzada, y el águila culebrera europea y otras especies avícolas interesantes como el carbonero garrapinos. En las áreas más esteparias y espartales, algunas de ellas adaptadas y roturadas para el cultivo del cereal, campan a sus anchas, ejemplares tan raros como la ganga ortega, la calandria, el halcón peregrino, el cernícalo, la paloma zurita e incluso el aguilucho cenizo.
Sopla una fresca brisa primaveral que hace muy llevadero el esfuerzo y anima al caminante a atacar el camino ascendente dejando a la izquierda el corralón para el ganado y asciende, casi recto, con una pendiente importante hacia un collado perfectamente visible que, previo giro a la derecha llevará al caminante directamente a la cumbre, al vértice geodésico, junto a la caseta de vigilancia contra incendios. Apenas 1,5 kilómetros desde el corral de ganado y 5 kilómetros desde el Cortijo de los Ríos.
Como corresponde a cualquier vértice geodésico que se precie y además se exhiba en forma de cumbre pronunciada, las vistas en derredor son magníficas. Vale la pena regodearse un poco en la contemplación y tratar de identificar las que se ven, por sus nombres o características. Al sur, Sierra Nevada, todavía con sus nieves primaverales derritiéndose y dando vigor a los ríos que canalizan sus deshielos. Al este, el Cerro Miguel, el Tabernillas, el Tomillar y, más a lo lejos, Pozo Alcón con sus altiplanicies y el Jabalcón; más allá la Sierra de Baza, con algún penacho blanco todavía. Al norte, los dentados Picos del Guadiana, vistos desde un ángulo no habitual, también Huesa, arropada por la Sierra del Caballo, primeras estribaciones de importancia del Parque Natural de la Sierra de Cazorla. Al oeste, la Sierra de Larva, con los Picones y, majestuosa, Sierra Mágina, también con su cumbre perlada de blanco níveo.
Dicen estudiosos de la zona que la Estación de Huesa llegó a tener 344 vecinos censados en 1950, era un centro neurálgico del entorno, que reunía a gentes de las cuevas y de los cortijos del Pino, Urraca, del Collado, Ríos, Tía Ramona, Cerro Miguel, La Campana, La Cumbre, Herrera, El Saltaero, Tintón, Aguas Blancas, Las Monjas, la Venta de la Malagueña, Cueva de la Pulías, del Corneta y cuevas del Panderón; especialmente en fechas señaladas como las fiestas de la Virgen de la Aurora, el 22 de agosto. Con atracciones y fiestas muy aparentes y festivas.
Visto y evocado lo cual, el caminante da por zanjado el objetivo y retorna a su base en una jornada amable y fácil, que recomienda a cualquier amante de hollar senderos y más si están, de algún modo vinculados a su historia. 

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