Pese
a que pertenece al término municipal de Quesada, la Peña Cambrón, como se le
conoce por estas tierras, está indisolublemente unida a Huesa. Y lo está tanto
porque ha servido de sustento en el día a día de las gentes que la han
necesitado, como porque forma parte del perfil que el firmamento traza cuando
se pierde la mirada hacia el sur, donde nuestro término muestra su más amplio
horizonte.
Peña
Cambrón, mirando desde Huesa hacia el sur, forma parte del perfil y del paisaje
de los hueseños. En línea recta, la visión meridional, justo detrás de la
peculiar e inconfundible silueta de esos dientes de piedra o espina de saurio
que llamamos los Picos del Guadiana, con el que los hueseños nos encontramos de
forma ineludible cuando miramos hacia el sur, superando la depresión del
Guadiana Menor, Dehesa del Guadiana arriba, con peña Caidilla, “Cailla” para
nosotros, asomando tímida. Sobre las hazas de los Asperones, se yergue, airosa
y ufana, la Peña Cambrón, con sus 1.192,647 metros, según reza su vértice
geodésico, colocado, como todos los de la zona el 18 de agosto de 1989. Forma
parte de ese paisaje que se queda grabado en nuestra mente con el pasar de los
años y que acaba por ser absorbido por nuestro cerebro hasta llegar a
considerarlo propio y de nuestra propiedad. El cerebro es así de absorbente y egoísta,
no atiende a razones.
Inobservable
desde la propia localidad a la que pertenece y distante su cumbre casi 49
kilómetros, no se atreve, el caminante, a evaluar lo que representa la tan
peculiar cima para los quesadeños, tampoco le preocupa mucho ni ha indagado al
respecto. Sí que es consciente de lo que representa para los hueseños, y lo
sabe por percepción propia y porque a través de su vida ha sido testigo, en
primera persona, de historias, necesidades y estancias acaecidas en ella o sus
proximidades. Pasado el tiempo, con la llegada de las nuevas generaciones y con
el desuso, el caminante supone, irá perdiendo personalidad la citada peña y,
casi con toda seguridad, pasará al olvido y a la indiferencia. Tiempo al
tiempo.
El caminante recuerda vagamente haber tenido un
primer contacto con la Estación de Huesa en los albores de la década de los
años sesenta para la toma de posesión de su hermana como maestra de la pedanía.
Recuerda un viaje lento y trotón con el Seat 1.500 de Pepe, contratado por su
padre al efecto, por caminos polvorientos, pero no recuerda si fue a través de
Larva o por el carril que comunica directamente con Huesa por el antiguo Cordel
de los Arrieros, a través del puente de Don Emilio.
Toma el caminante la firme decisión, anhelada
desde hacía mucho tiempo, de hollar la cumbre de la Peña Cambrón. No tiene muy
claro cómo hacerlo, si por la heroica partiendo de Huesa, por el camino más
corto, casi en línea recta, con las consiguientes irregularidades del camino y
duras pendientes, que se convertiría en jornada extenuante por ser de ida y
vuelta, o hacerlo más fácil mediante un acercamiento con vehículo y tomar como
punto de partida la Estación de Huesa y, desde el Cortijo de los Ríos iniciar
el ascenso visitando de paso las cuevas de El Panderón, de indudable interés.
El caminante, que ya inicia su madurez opta por la segunda opción, casi sin
debate interno.
Así un mayo de 1992, coronado de flores, adornados
los campos de diversos colores, espigando las mieses, volante en mano, toma el
caminante la carretera JV-3265 en dirección a Larva, previo paso por El
Cerrillo, Collejares, El Salón, siguiendo en casi todo el trayecto el cauce del
río Guadiana Menor, que lo llevará hasta el cruce con la carretera que va a
Larva, en un giro de 180 grados. Total, apenas 17 kilómetros, algo más de media
hora de trayecto. Da forma así el caminante a un deseo antiguo de poner forma
al grupo urbano de luces o casas blancas que, desde su observatorio hueseño
situaban a Larva en las faldas de la sierra homónima.
Larva, perteneciente a la comarca de Sierra Mágina,
con apenas 87 kilómetros cuadrados y una población decreciente por la migración,
uno más de los pueblos que vacía sus hombres y mujeres hacia capitales y costas
turísticas mal endémico de la mayoría de las poblaciones jiennenses, no ofrece
distinciones respecto a sus poblaciones limítrofes: baja pluviometría, erosión,
vegetación esteparia, barrancos, torrentes. En fin, paisaje semidesértico
jalonado de espartizales, tomillares y algunas hazas de olivas que verdean en
contraste con el siena de la tierra.
Llega temprano el caminante a Larva, que atraviesa
sin más expectación y ante la indiferencia de los pocos larveños. Toma, desde
Larva, dirección a la JA-6109 para girar a la izquierda hacia la JV-3261 y
llegar al apartadero de Larva para, desde allí, tomar un carril dirección norte
y contemplar una auténtica joya de la ingeniería del hierro de finales del
siglo XIX, en su día uno de los viaductos más impresionantes de la red
ferroviaria española, el Puente de Arroyo Salado, construido por ingenieros de
la escuela de Gustave Eiffel, inaugurado el 14 de marzo de 1899 y que ostentó
varios récords de longitud y altura durante muchos años.
Vista la impresionante obra, deshace el caminante
el camino andado y, nuevamente en Larva, toma dirección este para, dando un
rodeo importante, salvar el macizo de Los Picones y poner rumbo a la Estación
de Huesa, algo más de 11 kilómetros hacia el sureste. La carretera de no mal firme
que lo ha traído hasta Larva se trueca ahora en un camino polvoriento y en no
buen estado, que transcurre paralelo al trazado del ferrocarril Linares
Baeza-Almería, por terrenos baldíos jalonados de espartales y rala vegetación
mediterránea.
Ya en término de Cabra de Santo Cristo la
Estación de Huesa, inaugurada el 22 de marzo de 1898. En un principio llamada
Huesa Alicún, para quedar definitivamente desde 1925 como Estación de Huesa. Con
poco tráfico en la actualidad y casi convertida en apeadero. El caminante nunca
entendió y le parece un sinsentido el nombre con que bautizaron la citada
estación, tan lejana de Huesa, tan inaccesible, tan ignota.
Mientras un tren transita por estribor, por el
camino llamado eufemísticamente carretera JV-3213, que discurre paralelo a la
vía unos centenares de metros y sigue siendo un camino de tierra, el caminante continúa
en dirección sureste durante 4 kilómetros más, hasta el Cortijo de los Ríos, totalmente
en ruinas donde, al amparo de alguna pared que permanece en pie, deja el
vehículo para protegerlo del sol. Transcurre el trayecto por encima de los 900
metros de altitud hasta llegar al paraje de las Cuevas del Panderón, 1,5
kilómetros camino adelante.
Como decía Cervantes, el andar tierras y
comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos. El caminante cree
que el andar invierte de alguna manera el comportamiento pues son los pies los
que guían, aconsejan y padecen. Si estos están robustos y fuertes caminan a
gusto y liberan el pensar para captar lo que nos rodea: aquella planta, aquel
árbol, aquí salta el venado, allá vuela el águila, etc. El caminante está
convencido de ello y fía su instinto a la brújula de sus pies.
Excavadas en un otero a 1.012 metros de altura, las
Cuevas del Panderón forman un conjunto de cuevas orientadas a levante y al sur,
alguna de ellas aparente, pero todas en ruinas. También hay alguna edificación
en piedra, igualmente en ruinas que seguramente han debido ser utilizadas para
refugio de ganado o recolectores de cualquier tipo. Da la impresión que en su
día debieron de ser importantes para las personas que las habitaron. Sobre el
promontorio al que horadan se yerguen, orgullosos y vigilantes, pinos
centenarios con el tronco retorcido, como bastiones orgullosos de otros tiempos
que debieron ser mejores.
Ya a la vista la cima de la Peña Cambrón,
abandona el paraje el caminante y en vez de atajar en línea recta campo a
través, prefiere seguir el camino trazado que marca una amplia semicircunferencia
y se dirige hacia el Corral de la Peña del Cambrón. Se trata de una edificación
a modo de corralón, con parte techada, construido en un rellano en la falda sur
de la peña que sirve para guardar ganado. El caminante, cuando llegó a la
altura de la edificación fue testigo de la llegada de una abundante manada de ovejas
y cabras que se guarecieron en ella, con su balar constante y monocorde,
obedientes a los chasquidos del pastor y los ladridos y acometidas de los
perros. El caminante alzó el brazo a modo de saludo al guardián, que le
respondió de igual manera.
El caminante no se tropezó con ningún otro ser
humano con el que intercambiar palabra en el transcurso de la mañana.
-
Buenos días, amigo.
-
Buenos días tenga usted. -Respondió
el cabrero-.
Ataca el caminante la cima del viejo y verdinegro
monte, seguramente poblado de sombras y de recuerdos. También llamada por los lugareños “la Siberia de Jaén”, el
macizo calizo de la Peña Cambrón, posee uno de los escasos pinares autóctonos y
centenarios de la zona y entre estos y sus ramblas habitan rapaces forestales
como el águila calzada, y el águila culebrera europea y otras especies avícolas
interesantes como el carbonero garrapinos. En las áreas más esteparias y
espartales, algunas de ellas adaptadas y roturadas para el cultivo del cereal,
campan a sus anchas, ejemplares tan raros como la ganga ortega, la calandria,
el halcón peregrino, el cernícalo, la paloma zurita e incluso el aguilucho
cenizo.
Sopla
una fresca brisa primaveral que hace muy llevadero el esfuerzo y anima al
caminante a atacar el camino ascendente dejando a la izquierda el corralón para
el ganado y asciende, casi recto, con una pendiente importante hacia un collado
perfectamente visible que, previo giro a la derecha llevará al caminante
directamente a la cumbre, al vértice geodésico, junto a la caseta de vigilancia
contra incendios. Apenas 1,5 kilómetros desde el corral de ganado y 5
kilómetros desde el Cortijo de los Ríos.
Como
corresponde a cualquier vértice geodésico que se precie y además se exhiba en
forma de cumbre pronunciada, las vistas en derredor son magníficas. Vale la
pena regodearse un poco en la contemplación y tratar de identificar las que se
ven, por sus nombres o características. Al sur, Sierra Nevada, todavía con sus
nieves primaverales derritiéndose y dando vigor a los ríos que canalizan sus
deshielos. Al este, el Cerro Miguel, el Tabernillas, el Tomillar y, más a lo
lejos, Pozo Alcón con sus altiplanicies y el Jabalcón; más allá la Sierra de
Baza, con algún penacho blanco todavía. Al norte, los dentados Picos del
Guadiana, vistos desde un ángulo no habitual, también Huesa, arropada por la
Sierra del Caballo, primeras estribaciones de importancia del Parque Natural de
la Sierra de Cazorla. Al oeste, la Sierra de Larva, con los Picones y,
majestuosa, Sierra Mágina, también con su cumbre perlada de blanco níveo.
Dicen
estudiosos de la zona que la Estación de Huesa llegó a tener 344 vecinos
censados en 1950, era un centro neurálgico del entorno, que reunía a gentes de
las cuevas y de los cortijos del Pino, Urraca, del Collado, Ríos, Tía Ramona,
Cerro Miguel, La Campana, La Cumbre, Herrera, El Saltaero, Tintón, Aguas
Blancas, Las Monjas, la Venta de la Malagueña, Cueva de la Pulías, del Corneta
y cuevas del Panderón; especialmente en fechas señaladas como las fiestas de la
Virgen de la Aurora, el 22 de agosto. Con atracciones y fiestas muy aparentes y
festivas.
Visto y evocado lo cual, el caminante da por zanjado
el objetivo y retorna a su base en una jornada amable y fácil, que recomienda a
cualquier amante de hollar senderos y más si están, de algún modo vinculados a
su historia.
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